Misión Anual 2020: Desarrollar la escucha activa.
Compartir un objetivo común con un grupo de personas, ya sean afines o desconocidas, es una experiencia muy estimulante y tiene un componente cautivador, porque nos hace sentir cómplices en una meta que está más allá de nosotros mismos. Si además ese objetivo pretende un cambio, aunque sea pequeño, hace resonar en nuestro interior la confianza en que todavía es posible levantar la cabeza por encima de unas circunstancias que no siempre son favorables. Sentimos que nuestra fuerza se multiplica y que no es solo nuestra; y sobre todo sentimos que no estamos solos.
La Misión Anual ejerce sobre los miembros de Cafh efectos similares, y la abrazamos convencidos de que tiene sentido aunar esfuerzos en una misma dirección. Sobre todo, cuando esa dirección compartida apunta al bien común. En 2020 la Misión nos anima a hacer «un aporte concreto desarrollando plenamente la habilidad de la escucha activa”. Una primera aproximación a este planteamiento nos desvela que están ahí contenidos algunos de los vectores básicos que inspiran a los compañeros de Cafh como camino espiritual:
«Hacer un aporte concreto» nos sugiere superar idealizaciones que pueden mantenernos alejados de una realidad que lo que nos pide es actuar aquí y ahora. Casi siempre es más fácil fantasear sobre cómo deberían ser las cosas que dar un pequeño paso para mejorar el sitio en el que nos encontramos. Sin embargo, un paso detrás de otro, una y otra vez, nos aproximan al lugar deseado. Repetir con mucha frecuencia que es importante escuchar a quien está contigo nos puede hacer creer que realmente escuchamos; pero solo cuando dedicamos un tiempo concreto en un espacio determinado a escuchar activamente a otra persona podemos decir que estamos de hecho escuchando. La oportunidad de la escucha no ha de diluirse en el “ya nos veremos y hablamos”, sino que puede manifestarse en el “ya que estamos aquí, hablemos, si te parece”.
«Desarrollar plenamente una habilidad» nos incita a poner el foco en nuestras propias posibilidades, y a comprometernos en ser nosotros mismos quienes propiciemos la rara práctica de la escucha activa. En lugar de quejarnos por el hecho de que “la gente no escucha”, aprendamos a escuchar. En lugar de criticar a quien no escucha, dispongámonos a entender qué hay en él que se lo pone tan difícil, y reconozcamos que también en nosotros se da ese mismo obstáculo. En lugar de desistir porque no es una práctica habitual en nuestro entorno, confiemos en nuestras posibilidades y cultivemos el don de la escucha activa.
La escucha activa puede ser una insignia propia de quien está entusiasmado con su desenvolvimiento espiritual, porque nos vincula íntimamente con nuestro entorno más próximo y nos ayuda a centrar la atención en las personas en el momento presente. A través de la escucha activa nos des-centramos: abandonamos la ensoñación infantil de ser el centro del universo para reconocer que solo crecemos cuando damos al otro espacio y lo incluimos en nuestra vida.
Escuchar activamente no es solo recibir información; es dar la oportunidad de expresarse. No es solo prestar oídos; es lanzar un puente entre dos almas. No es una técnica para el éxito comercial o profesional; es un actitud para la participación y la inclusión de las personas: para la expansión de la conciencia.
En cualquier caso, la escucha activa siempre es una buena práctica para la vida cotidiana.